Thursday, May 10, 2012

Odiseo en Santiago




Quizás se piense que de tanta prosa y verso que existe sobre magia, ésta ya esté de más. Se terminó por creer que magia empezaba y acababa por aquellos grandes señores de las letras, que con sus plumas a más de alguno hizo soñar con rescatar a una virginal damisela en busca de auxilio, luchar contra un Príncipe Negro, y tal vez simplemente, creer que estás en un sueño, justamente en una noche de verano, donde muchos Pucks vienen hacer de Celestinas por aquellos recónditos lugares de la ciudad cada viernes en la noche cuando vas a la disco a bailar. Muchas veces quizás, esta apestosa urbe se convierte en el bosque encantado por magos oscuros esperando a quién acechar. Sería bueno que te encuentres con un taumaturgo, pídele que te sane si sufres de amor, esa enfermedad que a veces se niega a desaparecer. Si te encuentras con un nigromante, sólo date la vuelta y finge estar borracho, es seguro que después de la medianoche llegues directo al reino de Hades. Y cuidado con Circe, imprudente si le coqueteas, es posible que ni cuenta te des, y ya te haya metamorfoseado ella. Y ciertamente aquí te cuento mi amigo, tu viaje no se termina, ni siquiera dormido en esquinas desgastadas por tu inconveniente porfía. Aún patente está el hechizo de Circe que te hizo un día, para cuando abras los ojos, sentida será tu desdicha. Sabrás que le habrás entregado todos esos años de tu vida, encerrado y echado en la casa, con esa amargada de la María.
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Saturday, August 13, 2011

Recordando a Chile

 


El presente ensayo forma parte de algunas de las consideraciones que escribí mucho tiempo atrás acerca de libros que alguna vez me brindaron grandes sabores a mis sentidos. No es el tipo de texto que continúa con la línea de mis anteriores escritos y, por tanto, tampoco se asocian con mis andanzas "voyeristas" cuando, muy a menudo, me dejo caer al placer de cruzar el Centro de Santiago en otoño e invierno.

     A lo largo de su más celebre obra, Alonso de Ovalle trata de englobar diversas áreas, que ayudan a explicar y esquematizar la naturaleza de nuestra tierra, desde los conocimientos morfológicos, propios de la geografía de nuestro territorio, hasta una no presuntuosa descripción del paisaje antropológico cultural chileno. Me interesé especialmente en la idea de la reminiscencia del paisaje, un rememorar sacado de una memoria fotográfica, que logra trascender a la simple reproducción visual, que acertadamente parece él hacer, y que tiene relación con la vida natural de Chile desde sus valles hasta sus bestiecillas.
¿Cómo es que logra realizar un registro tan profundo, vivo y acabado de un lugar al que se encuentra fuertemente distanciado en el espacio, pero tan cerca en el recuerdo? Las descripciones de la Cordillera de los Andes, del valle, de la flora y la fauna chilena son un ejemplo claro de un hombre que no sólo recuerda y graba en su mente el paisaje de Chile, sino que imagina e interpreta, lo que da como resultado, una prosa que revive y recuenta nuestra naturaleza. De ahí que estoy tentada a sostener, que para Ovalle imaginar es recordar, y la memoria, como fiel artificio y herramienta, le ayuda a revelar ese pasado, conforme se sirve en ella, para interpretar el presente de la patria.
¿Qué es la memoria? Simplemente, el número de definiciones es más que extenso, pero sabemos, que la gran mayoría converge hacia a una misma idea: la facultad para retener vivencias y conocimiento, adquiridos por nuestros sentidos, que nos hacen capaces de revivir el pasado y sin que sea obvio, entender por tanto el presente. Por lo tanto, la memoria en asociación con los recuerdos de nuestro bien estimado, acerca de Chile y su gente, son la clave de la narración extraordinaria y vívida que compuso. El recuerdo, unidad funcional de la memoria en el relato ovalliano, es una suerte de anamnesis que se manifiesta de diversas maneras, a través de las imágenes, los sabores, los ruidos, los olores y las texturas, logrando además, plena trascendencia. 
En un capítulo destinado a las estaciones del año, Ovalle rememora: “Una vez en particular me acuerdo que yendo camino vi tanta diversidad de estas flores, unas encarnadas, otras azules, amarillas, coloradas, pajizas, moradas, columbinas y de otros varios colores” (Ovalle 11). El escritor criollo nos revela el carnaval óptico de colores que apela a su memoria visual, y no se cansa, luego nos dirige otras palabras: “Por la suavidad de su fragancia, con la cual llenan el aire de suavísimo olor, el cual se siente más en particular cuando sale el sol y se pone” (Ovalle 11). El sabor nos demostrará nuevamente, que la memoria sensorial de los gustos está ahí, viva en su mente: “Dentro del vacío que hace el hueco crían una leche o agua muy sabrosa, como también lo es la carne” (Ovalle 29), y está demás olvidar que el capítulo dedicado a la fragancia de los árboles es por excelencia, el llamado a su memoria sensitiva, esa que retuvo las impresiones de las sensaciones, olfato y gusto. Uno no puede evitar formarse una imagen de Ovalle, el jesuita debajo de un arrayán saboreando la exótica variedad frutífera chilena.
De esta manera, pretendo afirmar que la memoria en Ovalle, no se basa simplemente en revivir sensaciones del pasado e imprimirlas con su pluma, él va más allá. Alfredo Jocelyn-Holt se percata de ello: “Es capaz de recordar y evocar, asimilando memoria e imaginación en una experiencia múltiple, simbiótica incluso” (Jocelyn-Holt 100). Por lo tanto, la memoria de Ovalle no es fugaz, es aguda y clara, es el vínculo que une el pasado y el presente, que se vale de los recuerdos y que tiene la suficiente talante para mostrarnos que tiene a su jurisdicción, una capacidad poiética e imaginativa, el poder de la creación y de la invención, van de la mano de la memoria patente del escritor ausente en su propia tierra.
Por tanto, imaginar es un acto de la memoria en la obra de Ovalle, imaginar es recordar. De ahí que la síntesis de toda esta idea la llamemos una memoria imaginativa. Ovalle, es capaz de grabar y vincular el momento pretérito con su estado imaginativo presente, suena casi como una conexión de carácter maravilloso, pero el hecho de que él pueda establecer aquella relación, se emprende la aventura de creer que recordar es una manera alternativa de imaginar, y Jocelyn-Holt dirá que Ovalle: “Lo imagina y nombra, y deviene presente, o mejor aún, presencia inmanente, no importando ya más el tiempo ni el lugar puntual en que se ha producido o reproducido semejante visión” (Jocelyn-Holt 98).
Con esto concluyo que, ya ni Roma será trascendental en su narración, sino que solo será un punto en el ancho de Europa que servirá de comparación con la majestuosa angostura de nuestro territorio. El acto de recordar no será medido ni condicionado por la lejanía del país, ni por el lugar donde éste se manifieste. Sólo será la simple excusa para recordar Chile, para imaginar Chile. 

 Bibliografía citada:
  • De Ovalle, Alonso. Histórica Relación del Reino de Chile. Santiago: Universitaria, 1990.
  • Jocelyn-Holt, Alfredo. “Amos, señores y patricios.” Historia General de Chile. Santiago: Sudamericana, 2004.
 Otro libro como lectura relacionada:
  • Subercaseaux, Benjamín. Chile o Una Loca Geografía. Santiago: Universitaria, 1973.
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    Monday, June 7, 2010

    Hojilla




               Era inútil intentar que desapareciera, un nudo en mi garganta que hacía tránsito a todo lo que intentaba comer apretaba con mayor fuerza mientras tragaba. Aún así no dejé de hacerlo, incluso cuando no me supiera a nada. Pensaba en la idea de la longevidad y de continuar alimentando este cuerpo para que se mantuviera en marcha, aunque mi mente no respondiera a ese hecho.
    Una mesa, un mantel y una taza de té fría con endulzante eran los testigos que había concertado para mi reflexión vespertina. Sentía que por fin hoy había sido un día distinto, por fin la muerte no me asustaba y estaba dispuesta, si me lo pedía, a jugarle una partida de ajedrez y quién sabe... A voltearle la mano. "No sería difícil" Me decía. No sería más difícil que pensar en ese hombre que se disfrazaba de mi propia perdición todas las noches cuando conversábamos hasta el alba y el diálogo entonces se volvía fugaz. 
    Tic tac tic tac tic tac tic tac. Y el tiempo no borra lo que siento. Soy aún muy susceptible a determinados inputs del medio ambiente que me hacen rememorar su presencia trasnochada. Ciertamente, crucé un umbral, olvidé por qué tenía pena y me acostumbré al inconfundible olor a desesperanza e insatisfacción. Mi conciencia trató en vano de reprimir los pensamientos de aquel domador de lobas, hasta el punto en que cada vez que se presentaban fuertemente ante mí, aparecía un nudo en mi garganta que apretaba como cuando hacíamos el amor. Aquel nudo que me quitaba el preciado aire para poder sobrevivir entre pena y pena. 
    Sin mayor aviso, aquella noche tocó alguien a mi puerta y supe bien de quién se trataba. Era un viejo amigo que no veía desde hace un par de años, desde cuando nos peleamos. Parado ante mí estaba nuevamente, tan dispuesto como siempre, como un objeto a mi servicio o como una suerte de propiedad mía. Él sabía bien lo que yo sentía y me hacía ver que estaría para mí cuando lo necesitara y yo… Yo ya me estaba quedando sin aliento una vez más. Lo miré fijamente, con algo de miedo y timidez, pero él ni se inmutó, me observaba con perfecto descaro. Me acerqué atrevidamente y comencé a tocarlo con mis manos, palpándolo lentamente. Al ver su rostro, vi cómo sonreía sin dejar de decirme que tuviera cuidado con él, porque podía bien cortarme. No pude evitar soltar una gran carcajada. Con rostro de cándida coquetería, lo apreté fuertemente con mis dedos y le indiqué dónde debía entrar. Al acercarse aún más a mí, vi que su desnudez brillaba hasta enceguecerme con ese cuerpo simétrico y de doble filo. Yo ya estaba entregada, no le di cabida a la duda, mis manos no lo soltarían y sin pudor, lo apreté con mayor fuerza y vino ese intenso dolor. Un dolor que ardía y me llenaba de energía. Sí... Por fin sentía que había vuelto a la vida. Una gama de colores era percibida por mis sentidos casi agotados, la chispa enrojecida no demoró en salir y mi ardor interior se había multiplicado varias veces.   
    Hacia el fin, solos, los dos en un rincón sentados, me di cuenta de que el control estaba en mis manos y él obedecería todo lo que yo deseara. Sentía un peculiar calor en mis brazos y el dolor que éste me producía, evitó cualquier intento de un abrazo por mi parte: "Te usé nuevamente y no siento culpa alguna" Es lo que pensé. Sin miramientos, le pedí que se vistiera y se marchara. Nadie podía verlo y mucho menos, sorprendernos en tamaña cosa. Antes de despedirnos, le prometí que muy pronto volveríamos a vernos y él como siempre, me miró como pérdido e inanimado. Bien supe entonces que volvería a cortarme.

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    En el bus




             Luces y sombras abigarradas por la velocidad y la tenacidad de los rascacielos, tonalidades que se turnan entre la monotonía de las hormigas ambulantes y la ahogante esencia del smog metropolitano. Por algunos segundos en mi mente llevo la imagen de una turba que se dirige hacia los rincones de este apartado mundillo, me hacen recordar las húmedas palabras de Humbert, apestosas de olor a nostalgia y de faltas de ortografía impropias para su edad. ¡Despierta!. Abrí los ojos estrepitosamente, volví a encontrarme en ese andante mirador. No entendía por qué seguíamos parados en el mismo lugar. El tráfico se había vuelto un fiasco, la sinfonía de sirenas había comenzado y una que otra hormiga se agarraba desesperada las antenas. La conciencia volvió a reprenderme por el lugar que Humbert aún ostentaba en algún confín de mi hoy frágil memoria.
    Un viento entrometido soplaba por la ventaba a mi lado y obstruía mi respiración. La velocidad hizo desaparecer el cuerpo de las hormigas y ahora eran no más que una mancha oscura. Los pensamientos humbertianos volvieron a mí, ya no revestidos del jazz de antes, sino de la melancólica tonada de la voz de Marianne Faithfull. Placer y dolor vuelven a unirse en esa mezcla única para mis sentidos. Esta vez no tengo cargos de conciencia, soy como una drogodependiente, que está dispuesta a todo por beberse o tragarse hasta el último sufijo de sus versos que hasta el día de ayer me había propuesto. ¡Ingenua! Estaba tan desorientada, el bus ardía por todas las hormigas colgadas en las ventanas, en las escaleras, en los asientos y a mi lado, y aún así, sentía que estaba sola en aquel detestable lugar. La conciencia me habló de nuevo. Ahora sé que no lo merezco, pero tampoco él me merecía. Sin embargo, aquella no vaga necesidad de estar junto a él, de la manera que fuera, era más fuerte que toda la lógica, que toda la mesura existente.
    El otro día le confesé a mi conciencia que él y yo éramos dos seres iguales y opuestos a la vez. Quizás amantes tratando de pisotearse, sin remordimientos, sólo por el placer de ver dominar el uno al otro, dándole eso que quiere, pero que no puede pedir. Me sentí tan imbécil, mi conciencia ya lo sabía tan bien. Me dijo que mientras él se moría cada noche en un bar con alguna mujercita, olvidándose de su condición de pseudo intelectual y de poeta maldito, yo brindaba en mi casa sola con melancólicos pensamientos y consignas en su nombre. La sensación de ese cuerpo femenino de turno en sus manos, entregado y dominado, le libera como yo me libero con mis juegos de hojilla. Parece que la sangre me pide más oxígeno, y sé perfectamente que toda la mierda que haga y cualquier otra a la que me dedique, no borrará de ninguna manera tu macho ego que pretendía sofocar a la hembra insultante que soy. Después de todo, creo que pasamos la vida emborrachándonos con las penas y seguimos siendo los mismos fracasados melancólicos que tratarán de mutilar sus trancas con las sobras de los demás. Conscientes o no, pecamos de ello.

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