El presente ensayo forma parte de algunas de las consideraciones que escribí mucho tiempo atrás acerca de libros que alguna vez me brindaron grandes sabores a mis sentidos. No es el tipo de texto que continúa con la línea de mis anteriores escritos y, por tanto, tampoco se asocian con mis andanzas "voyeristas" cuando, muy a menudo, me dejo caer al placer de cruzar el Centro de Santiago en otoño e invierno.
A lo largo de su más celebre obra, Alonso de Ovalle trata de englobar diversas áreas, que ayudan a explicar y esquematizar la naturaleza de nuestra tierra, desde los conocimientos morfológicos, propios de la geografía de nuestro territorio, hasta una no presuntuosa descripción del paisaje antropológico cultural chileno. Me interesé especialmente en la idea de la reminiscencia del paisaje, un rememorar sacado de una memoria fotográfica, que logra trascender a la simple reproducción visual, que acertadamente parece él hacer, y que tiene relación con la vida natural de Chile desde sus valles hasta sus bestiecillas.
¿Cómo es que logra realizar un registro tan profundo, vivo y acabado de un lugar al que se encuentra fuertemente distanciado en el espacio, pero tan cerca en el recuerdo? Las descripciones de la Cordillera de los Andes, del valle, de la flora y la fauna chilena son un ejemplo claro de un hombre que no sólo recuerda y graba en su mente el paisaje de Chile, sino que imagina e interpreta, lo que da como resultado, una prosa que revive y recuenta nuestra naturaleza. De ahí que estoy tentada a sostener, que para Ovalle imaginar es recordar, y la memoria, como fiel artificio y herramienta, le ayuda a revelar ese pasado, conforme se sirve en ella, para interpretar el presente de la patria.
¿Qué es la memoria? Simplemente, el número de definiciones es más que extenso, pero sabemos, que la gran mayoría converge hacia a una misma idea: la facultad para retener vivencias y conocimiento, adquiridos por nuestros sentidos, que nos hacen capaces de revivir el pasado y sin que sea obvio, entender por tanto el presente. Por lo tanto, la memoria en asociación con los recuerdos de nuestro bien estimado, acerca de Chile y su gente, son la clave de la narración extraordinaria y vívida que compuso. El recuerdo, unidad funcional de la memoria en el relato ovalliano, es una suerte de anamnesis que se manifiesta de diversas maneras, a través de las imágenes, los sabores, los ruidos, los olores y las texturas, logrando además, plena trascendencia.
En un capítulo destinado a las estaciones del año, Ovalle rememora: “Una vez en particular me acuerdo que yendo camino vi tanta diversidad de estas flores, unas encarnadas, otras azules, amarillas, coloradas, pajizas, moradas, columbinas y de otros varios colores” (Ovalle 11). El escritor criollo nos revela el carnaval óptico de colores que apela a su memoria visual, y no se cansa, luego nos dirige otras palabras: “Por la suavidad de su fragancia, con la cual llenan el aire de suavísimo olor, el cual se siente más en particular cuando sale el sol y se pone” (Ovalle 11). El sabor nos demostrará nuevamente, que la memoria sensorial de los gustos está ahí, viva en su mente: “Dentro del vacío que hace el hueco crían una leche o agua muy sabrosa, como también lo es la carne” (Ovalle 29), y está demás olvidar que el capítulo dedicado a la fragancia de los árboles es por excelencia, el llamado a su memoria sensitiva, esa que retuvo las impresiones de las sensaciones, olfato y gusto. Uno no puede evitar formarse una imagen de Ovalle, el jesuita debajo de un arrayán saboreando la exótica variedad frutífera chilena.
De esta manera, pretendo afirmar que la memoria en Ovalle, no se basa simplemente en revivir sensaciones del pasado e imprimirlas con su pluma, él va más allá. Alfredo Jocelyn-Holt se percata de ello: “Es capaz de recordar y evocar, asimilando memoria e imaginación en una experiencia múltiple, simbiótica incluso” (Jocelyn-Holt 100). Por lo tanto, la memoria de Ovalle no es fugaz, es aguda y clara, es el vínculo que une el pasado y el presente, que se vale de los recuerdos y que tiene la suficiente talante para mostrarnos que tiene a su jurisdicción, una capacidad poiética e imaginativa, el poder de la creación y de la invención, van de la mano de la memoria patente del escritor ausente en su propia tierra.
Por tanto, imaginar es un acto de la memoria en la obra de Ovalle, imaginar es recordar. De ahí que la síntesis de toda esta idea la llamemos una memoria imaginativa. Ovalle, es capaz de grabar y vincular el momento pretérito con su estado imaginativo presente, suena casi como una conexión de carácter maravilloso, pero el hecho de que él pueda establecer aquella relación, se emprende la aventura de creer que recordar es una manera alternativa de imaginar, y Jocelyn-Holt dirá que Ovalle: “Lo imagina y nombra, y deviene presente, o mejor aún, presencia inmanente, no importando ya más el tiempo ni el lugar puntual en que se ha producido o reproducido semejante visión” (Jocelyn-Holt 98).
Con esto concluyo que, ya ni Roma será trascendental en su narración, sino que solo será un punto en el ancho de Europa que servirá de comparación con la majestuosa angostura de nuestro territorio. El acto de recordar no será medido ni condicionado por la lejanía del país, ni por el lugar donde éste se manifieste. Sólo será la simple excusa para recordar Chile, para imaginar Chile.
Bibliografía citada:
- De Ovalle, Alonso. Histórica Relación del Reino de Chile. Santiago: Universitaria, 1990.
- Jocelyn-Holt, Alfredo. “Amos, señores y patricios.” Historia General de Chile. Santiago: Sudamericana, 2004.
Otro libro como lectura relacionada:
- Subercaseaux, Benjamín. Chile o Una Loca Geografía. Santiago: Universitaria, 1973.